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domingo, 30 de diciembre de 2007

¿Quién mató a Benazir Bhutto?

por Ángel Horacio Molina

El pasado 27 de diciembre el mundo recibía impactado la noticia del asesinato de la principal líder opositora pakistaní, Benazir Bhutto. Con cincuenta y cuatro años de edad, Bhutto había ocupado la presidencia de Pakistán en dos períodos inconclusos, de 1988 a 1990 y de 1993 a 1996, depuesta en ambos casos tras acusaciones de corrupción de su gobierno. Su muerte en esta complicada coyuntura pakistaní abre innumerables hipótesis sobre los posibles autores del crimen, pero es necesario hacer un poco de historia para aventurar una respuesta posible.
Como expresamos al aire en el programa del sábado 20 de octubre el regreso de Bhutto al país musulmán tiene enormes similitudes con el retorno a Haití del otrora anti imperialista Aristide. Ambos fueron elegidos democráticamente y expulsados del poder mediante golpes militares apoyados por los Estados Unidos y funcionales a sus intereses en las respectivas regiones. Aristide logra volver a la isla tras una serie de negociaciones con los sectores haitianos de mayor poder económico y con los Estados Unidos, garantizándoles la protección de sus intereses. El caso de Bhutto es bastant
e similar. El padre de Benazir, Zulfiqar Bhutto, es considerado como uno de los líderes de las luchas por la independencia del país y fue asesinado por el mismo sector militar que depusiera años más tarde a su hija y que actualmente gobierna el país.
Recordemos el importante papel que el gobierno militar pakistaní jugó en los acontecimientos que azotaron a la región en los últimos años. Junto con Arabia Saudita, Pakistán fue uno de los apoyos más firmes con los que contó el movimiento Talibán en su formación ideológica y en consolidación como fuerza político-militar en el vecino Afganistán. Por supuesto todo esto ocurrió con el apoyo velado de los Estados Unidos, interesados los tres países en evitar, tras la retirada soviética, la formación de un gobierno afgano musulmán contrario a las políticas norteamericanas para la región. La situación cambió tras los atentados del 11 de septiembre. La mala imagen internacional y la imprebisibilidad de los talibanes además de la posición estratégica de Afganistán inclinaron a los Estados Unidos a llevar a cabo una rápida acción militar contra ese país escudado tras el argumento falaz de la “lucha contra el terrorismo”. La opinión pública mundial aceptó los argumentos esgrimidos por Bush y asistió indolente a los bombardeos contra el pueblo afgano. Ante este nuevo mapa de situación, los aliados de Estados Unidos en la zona contaron con el más absoluto apoyo de la potencia invasora y, por lo tanto también, de la prensa occidental que se encargo disciplinadamente de esconder los crímenes de gobiernos como los de Pervez Musharraf en Pakistán. Desde entonces este país se convirtió en un aliado incondicional de EE.UU. en su “lucha contra el terrorismo”, brindando bases y datos de inteligencia a los norteamericanos en sus acciones sobre suelo afgano.
Sin embargo el régimen de Musharraf cuenta con un escaso apoyo entre la población pakistaní, lo que lo vuelve altamente inestable. Por otro lado resulta muy difícil para los EE.UU. defender públicamente a esta dictadura al tiempo que habla de “democracia” para Afganistán e Irak. Como en otros puntos del planeta sabe que es mucho más conveniente tener en la región “democracias” formales pero igualmente sometidas a sus designios (como hemos visto tantas veces en nuestro continente). Para ello, y con el total aval norteamericano, se iniciaron las conversaciones con Bhutto (por entonces en el exilio). Se procuraba “normalizar” políticamente a Pakistán, garantizando algún tipo de alternancia en el gobierno que no supusiera un cambio radical en las políticas regionales con respecto a su alineamiento con los EE.UU. De esta manera se logra el regreso de Benazir Bhutto a la escena política pakistaní.
Los lineamientos propuestos por Bhutto no distan demasiado de los del Musharraf en cuanto a las acciones a llevar a cabo contra los grupos musulmanes más radicalizados. Recordemos que Bhutto ha llagado a sostener que permitiría el bombardeo norteamericano de territorio pakistaní que estuviese bajo control de los “islamistas”. La Bhutto que regresa a Pakistán es aliada de los EE.UU. y le permite a este último país “limpiar la cara” de la institucionalidad de uno de sus más importantes satelites en la zona. Esto nos puede hacer pensar erróneamente en que los responsables del asesinato de Bhutto pudiesen ser esos grupos islámicos que cuentan con un gran apoyo en algunas regiones del país como hemos visto en el caso de la toma de la Mezquita Roja (hecho que también hemos analizado en el programa). Pero nos parece que esta no es la línea correcta. De haber sido este grupo inmediatamente el Gobierno lo hubiese acusado públicamente. Pero no lo hizo, conciente en que una aseveración infundada de esta naturaleza podría ser el inicio de una confrontación más virulenta de estos sectores contra el gobierno, lo que debilitaría aun más a Musharraf.
Creemos que la pista más clara hacia el asesino nos la brinda le acusación que hace el gobierno pakistaní contra Al Qaida. Hasta el hartazgo hemos repetido que Al Qaida es absolutamente funcional a los intereses occidentales en la región y que, a diferencia de los talibanes, jamás han podido convertirse en una organización de masas con respaldo popular alguno. Acusar a Al Qaida es responsabilizar a una “nada”, un fantasma contra el cual no se puede actuar en los hechos. Esta acusación le permite al gobierno pakistaní no responsabilizar a ningún sector importante del pueblo (lo que sí hubiese sucedido si culpaba a los “islamistas”) y justificar su rol (dado por los EE.UU.) de “pilar fundamental en la lucha contra el terrorismo”. Otro dato que nos permite suponer que los autores serían sectores del ejercito vinculados al régimen es que la posible victoria de Bhutto y su partido seguramente hubiese significado una reducción del poder de las Fuerzas Armadas pakistaníes, quienes actualmente poseen el diez por ciento de la tierra y manejan buena parte de la economía nacional.
Aunque es poco probable que sepamos a ciencia cierta quién esta detrás de este crimen, es nuestra obligación desde este humilde espacio tratar de proponer otras coordenadas para pensar acontecimientos de estas magnitudes. Ojala este aporte les sea útil.