Hace décadas que en la Argentina se discute el rol de las Fuerzas Armadas desde un lugar doblemente negativo.
En primer lugar, tenemos a los tristes herederos, cómplices y voceros de un ejercito plutocrático y usurpador que desde mediados del siglo XIX, a comisión de los distintos imperios en danza, se dedica al genocidio interno para garantizar la paz y la administración de los negocios extranjeros en el país, que perseveran en la defensa de intereses inconfesables. Degradados humana y moralmente, estos elementos tienen la fuerza de la costumbre a su favor en unas instituciones que se han vaciado de contenido y que nadie sabe ya el motivo de continuidad de su existencia. Dicha sea la verdad, no hay un solo argentino en condiciones de sentir orgullo de sus Fuerzas Armadas y menos aun de explicar su función y aporte a la construcción nacional.
En segundo lugar, nos encontramos con un gran conglomerado de fuerzas autodenominadas “progresistas” encabezado por los organismos de derechos humanos, que con razones de sobra, exige la depuración de elementos retrógrados y el cierre de un ciclo histórico nefasto en base a la memoria, la verdad y la justicia. Sin embargo, muchas veces este progresismo rehuye las responsabilidades de pensar un proyecto serio de país, y se entrega en brazos de intereses extranjeros toda vez que sirve a sus limitados intereses de grupo. Así encontramos en mas de una ocasión a ciertos referentes comulgando, legitimando o haciendo coro, a los más aberrantes líderes sionistas en medio de las mas terribles masacres que conmueven al mundo en la actualidad. O solicitando la intervención de fuerzas de seguridad extranjeras de conocida trayectoria y responsabilidad en el drama nacional, para el desarrollo de investigaciones de los problemas argentinos.
El caso Malvinas es emblemático. Dirigencias de izquierda, centro y derecha, tras los más disímiles argumentos, coincide en líneas generales en una política de impotencia que configura una verdadera política de estado derrotista, entreguista y desmalvinizadora.
En estas tres tendencias generales se dividen las corrientes de la politica de estado derrotista de la dirigencia argentina respecto al problema Malvinas, y casualmente, ninguna hace mención a una estrategia de defensa nacional ni al rol de las Fuerzas Armadas.
Durante el mandato de Nestor Kirchner, despues de décadas de mirar hacia adentro, se empezó a rumorear la posibilidad de construir una nueva estrategia de defensa nacional en el marco de la unidad latinoamericana, centrando las “hipótesis de conflicto” en las posibilidades de agresión de una potencia extranjera sobre territorio nacional con el objetivo de apropiarse de nuestros recursos naturales.
Ese debate quedó trunco, como muchos otros debates de los que reniegan los dirigentes políticos argentinos.
Millones de argentinos miramos atónitos las noticias de que buques extranjeros haciendo base en las islas ocupadas –incluso con escalas en puertos nacional-continentales!- roban sin ser molestados nuestros recursos día a día a punta de cañon.
La verguenza que nos hiere el orgullo llega a punto tal, que tenemos que soportar la chicana de que los medios de comunicación britanicos dicen temer mas la posibilidad de acciones directas llevadas a cabo por civiles argentinos que a la acción defensiva del Estado nacional. Indignación es lo que sentimos aquellos que como decía Sandino “no tenemos miedo, porque contamos con el ardor del patriotismo de quienes nos acompañan”. No duden los charlatanes de turno que somos muchos los que trabajamos para que algún día en nuestra patria, pueblo, gobierno y ejercito, seamos un solo puño en defensa del interés nacional. Y cuando esta marea haga olas, veremos quien podrá aguantar la mirada.